Tras la tragedia de
Qatar, en la que han fallecido cuatro niños españoles en un incendio, tres
hermanos y una niña, muchos padres nos han preguntado cómo se puede superar una
tragedia así.
El fallecimiento de un hijo es el
dolor más profundo que puede sufrir el ser humano. Estamos programados genética
y culturalmente para salvaguardar a nuestros hijos y cuando una desgracia así
ocurre, surgen emociones muy intensas de dolor, tristeza, desesperanza, culpa,
impotencia… que realmente no se supera;
se aprende a vivir con ello.
El duelo que se inicia en ese
momento es un proceso complejo, en donde
los sentimientos y las emociones irán cambiando, siendo algo personal y único.
Cada uno de nosotros lo vivirá de una forma particular, según nuestra
personalidad, nuestros aprendizajes y
experiencias previas, así como
por las propias circunstancias del fallecimiento.
Una pérdida tan grande, intensa y
repentina puede parecernos imposible de asimilar. En un primer momento, el
dolor es tan intenso que físicamente puede llegar a doler. Incluso nuestra
mente intentará negar la evidencia para permitirnos aceptarlo poco a poco. Cada
persona admitirá la realidad de la pérdida a su ritmo y se producen variaciones
constantes del estado de ánimo.
Aparecen también sentimientos de
culpa. Nos invade la sensación de haber fallado a nuestra función como
padre/madre, el cuidado de los hijos. Por ello surgirán pensamientos de todo
aquello que debería haber o no haber
hecho: “Y si no le hubiera llevado allí”, “si hubiera estado conmigo” “debería
haberle protegido”, “si no le hubiera dejado salir”, “si no le hubiera comprado
la moto”…nos repetiremos frases de este tipo intentando encontrar una explicación
que alivie tanto dolor.
Porque las cosas, para
entenderlas, tienen que tener una causa. Y si no puedo claramente encontrar una
causa externa, entonces la buscaré en mí o ambas cosas. Entonces reaccionaré de
forma airada contra todo aquel a quien considero responsable de tanto daño,
incluso mis allegados o yo mismo. La realidad es que todos estos pensamientos
son infundados, y será lo primero a trabajar para desmontar esa culpa.
A medida que va pasando el
tiempo, se es más consciente de la pérdida y se siente una gran angustia,
tristeza y soledad. Si estas emociones son de gran intensidad podría desembocar en una
depresión. No obstante, con el apoyo adecuado, se puede llegar a asimilar la
nueva situación y se irán recuperando gradualmente los hábitos, aunque ya la
vida no será nunca igual. Será diferente. Una nueva vida a la que habrá que
irse adaptando.
¿Qué hacer en un primer momento?
- Expresar los sentimientos y emociones a aquellas personas que le puedan entender.
- Evitar el aislamiento, compartiendo el dolor con su familia y amigos. También es necesario algún tiempo de privacidad, pues tantas personas a su alrededor pueden llegar a abrumarle.
- Despídase del ser querido diciéndole todo aquello que le hubiera gustado y que las circunstancias no le han permitido.
- No tome grandes decisiones que puedan afectar al resto de su vida. Bastante cambio ha sufrido su vida ya como para añadir otros más. A veces con la intención de encontrar alivio hacemos cosas que luego no eran las mejores opciones.
- Es necesario retomar las rutinas diarias. El dolor y la tristeza no van a ser diferentes porque vaya a la compra o atienda a sus obligaciones.
Cuando el malestar emocional dure
más allá de lo razonable, la intensidad no le permita realizar las actividades cotidianas
y/o el propio autocuidado, será necesario buscar soporte profesional que le
ayude a elaborar el duelo.